Plásticos, cacería y cambio climático, los grandes depredadores de estas emblemáticas criaturas marinas
Se conmemoró Día Mundial de las Ballenas y los Delfines
Pese al innegable valor ecológico de los cetáceos y su imponente y carismática presencia en mares y océanos, grupos relativamente pequeños pero altamente perniciosos se obstinan en perseguir y aniquilar a las ballenas y los delfines.
Pero no son los únicos, a ellos se agrega una más reciente y mayor amenaza, el plástico que inunda mares y océanos, contaminación que implica a la mayoría de la población mundial. Y tal vez usted y yo podríamos incluirnos entre estos depredadores inconscientes al usar y disponer inadecuadamente de los plásticos.
En 1986, hace ya 36 años, con el fin de frenar la caza indiscriminada y tortuosa de estos hermosos animales en peligro de extinción, la Comisión Ballenera Internacional (CBI) proclamó el 23 de julio como Día Mundial Contra la Caza de Ballenas, que hoy es el Día Mundial de las Ballenas y los Delfines.
Sin embargo, la preocupación por el descenso poblacional de las ballenas no data de 1986, surgió antes de la Segunda Guerra Mundial, cuando los cazadores de ballenas se percataron de que el número de ejemplares disminuía drásticamente y ponía en riesgo su jugoso negocio.
Aunque la Liga de Naciones redactó un documento, no fue sino hasta 1972, durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano, cuando se aprobó la primera moratoria de 10 años para frenar la caza de las ballenas, garantizar el aumento de su población y evitar su extinción.
Como el problema persistía, en 1986 la CBI prohibió tajantemente la caza comercial, resolución que a la fecha se sigue violando, principalmente por Japón, país que se niega abiertamente a dejar de cazar ballenas y delfines.
La CBI la integran 88 países miembros, entre los cuales se encuentra México, pero esa organización alberga en su seno a igual número de naciones partidarias de la caza de estos especímenes, lo que ha impedido llegar a un acuerdo formal.
La Procuraduría Federal de Protección al Ambiente señala que de las 57 especies de ballenas que existen en el mundo, los mares mexicanos resguardan 40 de 8 familias distintas: la ballena azul, ballena de aleta o rorcual común, el rorcual tropical o ballena de Bryde, la ballena Sei o rorcual de Rudolphi, la ballena minke o rorcual aliblanco, la ballena jorobada o yubarta, la ballena gris y la ballena franca.
En cuanto a las 32 especies de delfines de agua salada y 5 de agua dulce del mundo, México cuenta con 19 especies: el delfín nariz de botella, delfín fraser, delfín moteado del Atlántico, delfín risso, delfín girador, delfín dientes rugosos, delfín manchado tropical, delfín Clymene, delfín listado, delfín común de rostro largo, delfín común de rostro corto, delfín liso del norte, delfín de costados blancos del pacífico, delfín calderón, delfín tornillo, orca falsa, delfín de cabeza blanca y el delfín de Irawadi.
Se desdeña o desconoce que las ballenas juegan un importante papel para mantener océanos saludables para todos: con sus heces fertilizan los ecosistemas marinos y mitigan la crisis climática, pues en promedio, a lo largo de su vida una ballena confina la misma cantidad de carbono que el equivalente a 1,000 árboles.
Su presencia fomenta una industria turística de observación de ballenas valuada en más de $2 mil millones de dólares a nivel mundial.
En el artículo “La importancia de las ballenas y el problema del plástico” publicado por WWF, Chris Johnson, líder mundial para la conservación de ballenas y delfines, cita a estos cetáceos entre las más de 240 especies de vida silvestre que han ingerido plástico. Las bolsas y los empaques pueden provocarles lesiones internas y la muerte. Menciona un estudio reciente de la vida marina según el cual el plástico flexible es responsable de la mayor proporción de muertes por desechos, principalmente por obstrucciones gástricas.
Ejemplifica el caso de una ballena varada que había ingerido 135 artículos de plástico, el número más alto registrado para esta especie, principalmente bolsas , que para una ballena pueden parecer calamares.
Las ballenas y delfines que mueren a causa de los escombros nadan con dificultad en los días previos a su muerte, lo que puede aumentar el riesgo de ser golpeados por barcos o embarcaciones. Por esta razón, los investigadores creen que la muerte resultante del plástico puede ser más común de lo que se informa, indica el autor.
Entre los plásticos más dañinos para la vida marina están las artes de pesca abandonadas, perdidas o desechadas, las «redes fantasma», que constituyen aproximadamente el 10% de la contaminación por plásticos de los océanos del mundo, pues cada año 300,000 ballenas, delfines y marsopas se enredan accidentalmente en las redes y palangres y mueren por asfixia, inanición o agotamiento.
Indiscutiblemente, a las ballenas debemos el correcto funcionamiento del ecosistema marino, afirma el portal ballenas.org.ar. Sus heces, ricas en hierro, nitrógeno y otros nutrientes, actúan como fertilizante, aumentan la productividad de las pequeñas algas conocidas como fitoplancton, el principal alimento de pequeños crustáceos conocidos como krill, que a su vez sostiene la vida de cientos de especies de peces, aves y mamíferos marinos, incluidas las ballenas.
Esta fertilización mitiga los impactos negativos del cambio climático, pues la cantidad de hierro de las fecas de ballenas puede ser 10 millones de veces mayor que el nivel de hierro en el ambiente marino, y desencadena importantes florecimientos de fitoplancton, que a su vez secuestran miles de toneladas de carbono de la atmósfera anualmente.
Incluso, al morir, los enormes cuerpos de las ballenas caen al fondo marino y se convierten en la mayor y más nutritiva fuente de desecho alimenticio, capaz de sostener una sucesión de conjuntos macrofaunales por varias décadas.
¿Cuánto debemos a estos emblemáticos seres marinos? Podríamos reflexionar en esta fecha y generar conciencia individual y colectiva para restringir o eliminar el uso del plástico que atenta contra la permanencia de las ballenas, los delfines y otras especies de fauna marina que nos aportan vida con su existencia, pero también con su muerte.