La convicción de que los animales son necesarios para tener una dieta completa terminó por enraizarse en nuestras familias y hasta en los profesionales de la salud
Dar la espalda a la carne: México también puede hacerlo
Por Martha Mondragón, coordinadora de comunicaciones para The Humane League en México
Las nuevas recomendaciones nutricionales de Canadá se hicieron públicas el mes de enero, luego de permanecer estáticas por más de una década. Sorprendió a muchos la importancia dada en el documento oficial a la ingesta de leguminosas y vegetales sobre los lácteos y la carne. Estas medidas fueron tomadas con el objetivo de mejorar la salud de los ciudadanos canadienses, que según la OECD, en 2017 figuraban en el séptimo lugar de 38 naciones con mayor índice de sobrepeso y menor actividad física. México estaba en el segundo.
No es la intención de este texto legitimar a las dietas basadas en plantas como saludables. Eso ya lo han hecho organismos internacionales como la Academia Americana de Nutrición y Dietética, la Sociedad Pediátrica de Canadá, la Asociación Británica de Dietistas y otras más. Vale la pena, eso sí, reflexionar sobre la cultura gastronómica en nuestro país y por qué le hemos permitido a la carne jugar un papel tan importante en ella.
El Investigador Juan Pío Martínez propone que, desde la conquista, se instauró una ideología alimentaria proveniente de occidente que veía en la carne, especialmente la de las vacas, un símbolo de las civilizaciones económicamente desarrolladas. La leche por otro lado, se recomendaba a los más pobres como una fuente de proteína más accesible. Cabe mencionar que solo un tercio de habitantes humanos en el planeta es tolerante a la lactosa. La población mexicana de ese entonces enfrentó severos casos de malestares estomacales, entre ellos, la diarrea, que se adjudicaban a la ingesta conjunta de cal -usada para remojar el maíz- y leche.
Después de los invasores extranjeros ha sido Estado Mexicano quien ha dictado las bases de alimentación en nuestro país -estrechamente relacionadas con el sector económico, en este caso, la ganadería-. Basta recordar la campaña “Fíjate que sea leche”, lanzada en conjunto por la ANGLAC (asociación de ganaderos lecheros) y el organismo federal SAGARPA, en 2012. Espectaculares, anuncios en parabuses y en revistas recomendaban este producto en niños y adultos, prometiendo que los primeros se harían más listos y asegurando al segundo grupo que la lactosa había sido eliminada del producto.
Hoy día los lácteos y la carne están en las mesas de todos los estratos sociales de México. La convicción de que los animales son necesarios para tener una dieta completa terminó por enraizarse en nuestras familias y hasta en los profesionales de la salud. ¿Por qué entonces deberíamos seguir nuevamente el ejemplo de una nación con una idiosincrasia completamente diferente a la nuestra?
El camino que tomó Canadá está lleno de retos. Ya se escuchó la primera preocupación: una parte de la población podría no sentirse cultural o económicamente identificada con los nuevos lineamientos. Algunos comestibles recomendados no se encuentran del todo disponibles en ciertas regiones. A sus habitantes les espera un camino interesante desarrollando una nueva identidad alimentaria. Mientras tanto en México tenemos la oportunidad de reconciliarnos con la nuestra. De reconectarnos con las tradiciones culinarias indígenas. Con los frijoles, el maíz, el amaranto y la tortilla. Contamos con una vasta riqueza vegetal y, contrario a la creencia popular, podemos encontrar en ella todos los nutrientes y aminoácidos esenciales atribuidos a los productos animales (Young y Pellet, 1994). Los mexicanos nos hallamos ante una situación favorable para crear una verdadera soberanía alimentaria y una ciudadanía más amable con el planeta y todos los seres que viven en él.
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