La consolidación de China como superpotencia global, entre los efectos del COVID-19: Gustavo Leyva Martínez
Precario sistema de salud muestra a EU como gigante con pies de barro
La pandemia del COVID-19 traerá como consecuencia un reordenamiento económico y político mundial que muy probablemente consolidará a China como la gran superpotencia, afirmó el doctor Gustavo Leyva Martínez, investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
La crisis ha revelado que el modelo económico de Estados Unidos no es el idóneo en cuanto a justicia social, a la luz de la tragedia que padecen millones de personas sin acceso a los servicios públicos de salubridad en Nueva York y el resto de ese país, contrario a lo que sucede en Alemania y las naciones escandinavas, que optaron por los estándares de bienestar inspirados en la tradición socialdemócrata.
Desde hace décadas, los sistemas sanitarios del mundo han sufrido recortes presupuestales, cierre de hospitales y reducción de la cantidad de médicos, por lo que en esta coyuntura el vecino del norte figura como un gigante económico, pero con pies de barro por sus deficiencias en dicho sector.
Además, el confinamiento ha ocasionado restricciones a las libertades, por lo que la discusión gira en torno a cómo afecta los derechos elementales de libertad de movimiento y reunión, pudiendo ser utilizado por gobiernos autoritarios para minar de manera gradual los principios democráticos y el Estado de derecho: el régimen de Hungría se está dotando de poderes extraordinarios y el presidente estadounidense Donald Trump pretende tomar medidas al margen del Poder Legislativo, así como su homólogo de Brasil, Jair Bolsonaro.
En el plano económico está en curso un proceso de relocalización geográfica de las cadenas productivas para evitar el colapso por falta de insumos provenientes de países en desarrollo, ante lo cual habrá de redefinir los términos de la globalización, pues los efectos de la crisis pueden ser advertidos en cuanto a la infraestructura pública, si se considera que en Europa y América Latina, incluido México, “la privatización y la falta de inversiones en el ramo de la salud han representado una desventaja mayor para enfrentar la pandemia”.
El académico del Departamento de Filosofía de la Unidad Iztapalapa precisó en entrevista que esas políticas han tenido lugar desde los años 80 del siglo pasado, como parte del proyecto neoliberal para reorientar la economía bajo la lógica del mercado, el lucro y la ganancia, disminuyendo la entrega de recursos y desestructurando los modelos públicos de salud y educación, en aras de un desmontaje gradual del sistema de bienestar que, en el caso mexicano, ha erosionado los servicios básicos.
La pandemia también se expresa en una acentuación de la desigualdad, ya que si bien no distingue entre pobres y ricos, “lo cierto es que la forma de hacerle frente es muy diferente entre quienes cuentan y quienes no con los medios para hacerlo”.
El aislamiento en casa constituye un mandato razonable para el control y la contención epidemiológicos, sin embargo, en México 50 por ciento de la economía descansa en la informalidad, por lo que a la gente que vive al día no se le puede exigir sin más el cumplimiento, ya que “si no la mata el coronavirus lo harán el hambre o la pobreza”.
No se puede demandar la observancia si se vive en una ciudad perdida mexicana o en una favela brasileña donde no hay condiciones para hacerlo, lo que significará que las consecuencias de la enfermedad serán aun más intensas en los segmentos marginales, las zonas rurales y los pueblos originarios, sin contar con que amplias zonas no disponen de agua que les permita seguir los protocolos de higiene elementales en el combate del coronavirus.
“Debemos pensar en situaciones que permitan mantener a la población en confinamiento asegurándole ciertas condiciones de supervivencia, por ejemplo, la renta básica de 600 reales que se otorga en Brasil”, mientras en España y Alemania se propone una de carácter universal y permanente, y México debiera aplicar un apoyo para los grupos más vulnerables.
La ruptura de las cadenas de producción global en rubros de la industria –automotriz, entre otros– la pérdida de puestos; la precarización del trabajo; la reducción de la jornada laboral con ajustes al salario; la caída de la demanda, y la crisis financiera que trajo consigo el COVID-19 conducen a horizontes complicados que para México podrían significar una reducción del Producto Interno Bruto en más del seis por ciento.
Esto obliga a redefinir el papel de Estado como factor de garantía del suministro de bienes y servicios de interés público, además de efectuar medidas económicas contracíclicas que combatan los problemas económicos y financieros en el corto, mediano y largo plazos, con el fin de emprender la construcción de una economía basada en principios básicos de redistribución y justicia social.
En el contexto internacional es preciso pensar en una solidaridad cosmopolita con recursos financieros y médicos disponibles para los países que los requieran –bajo la coordinación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización de las Naciones Unidas (ONU)– que no estén destinados sólo para los miembros de la Unión Europea.
Entre los testimonios de las pandemias que han aquejado a la humanidad, la Grecia antigua registra uno de los más terribles: en la Historia de la Guerra del Peloponeso, Tucídides refiere la mortífera peste que azotó Atenas en los años 430 a 426 A.C., lo que representaría su derrota frente a Esparta y el ocaso de una de las culturas clásicas del planeta.
También podría mencionarse la peste que desde Asia Central, siguiendo la ruta de la seda, azotó Europa a mediados del siglo XIV, paralizando la vida social y pública de aquel continente, aunque no existía un orden político centralizado ni articulado en torno lo que “conocemos como Estado, capaz de ordenar y decretar las medidas de contención adecuadas, por lo que fueron las personas quienes decidieron cómo protegerse sin abandonar sus casas o bien emigrando al interior rural, como relata El Decamerón, de Giovanni Boccaccio”.
La catástrofe de 1348 arribó por los puertos del sur europeo: Venecia, Génova y Marsella, propagándose en una década a todo el continente hasta diezmar a la tercera parte de la población, sin que hubiera un saber médico como ahora y, aunque ya se aplicaban la distancia social y las cuarentenas, faltaban las estructuras políticas y jurídicas para normar las acciones de protección, recordó el investigador de la UAM.
En el continente americano los pueblos originarios fueron azotados inmediatamente después de la Conquista por una epidemia y más tarde, en 1695, otra acabaría con la vida de Sor Juana Inés de la Cruz.
En Prusia, en 1831, el cólera ocasionó 300 mil muertes, luego de haber surgido en India y expandido por la colonización británica, el comercio y las guerras. Víctima de esa enfermedad murió el gran filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel.
Otro ejemplo es, por supuesto, el de la gripe española, originada en Estados Unidos y que entre 1918 y 1920 –en el curso de la Primera Guerra Mundial– alcanzó Europa, donde perderían la vida 50 millones de seres humanos, uno de ellos el pensador alemán y padre de la sociología moderna, Max Weber.