La convivencia en espacios pequeños puede generar tensión, invisibilizada en condiciones normales
Violencia intrafamiliar y feminicidio, realidad lacerante
Resulta paradójico que ante la necesidad de aislamiento para contener el contagio del COVID-19 sea el hogar el espacio donde mujeres, niñas, adolescentes y personas de la diversidad sexual son violentadas, apuntó la doctora Verónica Rodríguez Cabrera, académica de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
Debido a la necesidad de estar en casa, la convivencia en espacios pequeños puede generar tensiones, ya que ahora los integrantes de las familias deben compartir sitios comunitarios y el propio hacinamiento ocasiona problemas que en condiciones normales serían invisibilizados.
En México esto ha ocasionado que los teléfonos de emergencia habilitados por las autoridades sanitarias hayan recibido más denuncias por este tipo de agresiones durante la pandemia, pues en este escenario quienes eran violentadas se volvieron aun más vulnerables.
El conflicto se potencia además por la precariedad económica, debido a las grandes diferencias entre aquellos que pueden permanecer en sus domicilios y los que deben salir a trabajar para cubrir las necesidades diarias de subsistencia, ya que el manejo de este tipo de situaciones no es algo recurrente y el aspecto de las emociones tampoco se atiende de manera cotidiana.
No todas las familias tienen esos inconvenientes ni pasan por lo mismo: algunas tienen resueltas las cosas o “poseen condiciones y herramientas para hacerse escuchar en torno a su voluntad y miedos”, por lo que resulta imperativo visibilizar los actos violentos que afectan directamente el núcleo de la sociedad y atentan contra el cuidado de la vida, expuso la profesora del Departamento de Política y Cultura de la Unidad Xochimilco.
“No podemos seguir pretendiendo que este país es un gran destino para venir a disfrutar y pasar vacaciones, cuando dentro de casa tenemos circunstancias que obligan a repensar lo que debe ser el respeto de los derechos de las personas en un marco de recomposición social”.
En este momento “debemos disfrutar del trabajo colectivo; probar cosas nuevas; topar con nuestros límites; comenzar un diálogo para construir relaciones en paz; solidarizarnos con las víctimas; hablar de los malestares, y tratar la salud emocional”.
Las relaciones de pareja se están reconfigurando, los jóvenes son cada vez más conscientes de la asignación de las tareas domésticas y las mujeres contribuyen más a los ingresos, lo que genera vínculos más equitativos y abre un espacio de intercambio, charla y comunicación para crear formas distintas de lo que “entendemos como familia y las actividades que se desarrollan” en el ámbito del hogar, indicó la integrante del Programa Institucional Cuerpos que Importan de la UAM.
El contexto y la coyuntura cultural de cada pueblo influyen en el comportamiento personal y en el caso de las comunidades indígenas, las parejas comparten la crianza de los hijos, lo que permite ubicar las tareas de unos y otros, sin que sea cuestionable que los hombres asuman el cuidado de los hijos.
“El futuro del tema de las labores domésticas luce promisorio, pero ahora es preciso que las mujeres denuncien la violencia y que no se callen”, concluyó.