La alineación solar del Templo de las Grandes Mesas, en Chichén Itzá, está relacionada con el Año Nuevo maya: Jesús Galindo Trejo
Edificios mesoamericanos indicaban fechas
Las culturas mesoamericanas fueron grandes observadoras de la bóveda celeste y edificaron templos y pirámides con relación a equinoccios, solsticios o al paso cenital del Sol, pero también erigieron estructuras para medir el tiempo, indicar fechas importantes de su calendario, a través de su alineación solar.
Así lo afirmó el integrante del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, Jesús Galindo Trejo, quien hace 31 años fue invitado a participar en el proyecto multidisciplinario La pintura mural prehispánica en México, a cargo de la doctora Beatriz de la Fuente. Desde entonces estudia la orientación de edificaciones en Teotihuacan, Oaxaca, en la región maya, la zona de la Huasteca y otras áreas de México Central.
El objetivo era que, desde la Astronomía, ayudara a comprender si la orientación de las estructuras con pintura mural, señalaban a algún objeto celeste que pudiera coadyuvar a una mejor comprensión del mensaje pictórico.
“La idea fue reunir los conocimientos del historiador del arte, del arqueólogo, del antropólogo, del lingüista, del epigrafista, del biólogo, del astrónomo, para analizar la pintura mural prehispánica en México”, señaló.
Un ejemplo de los estudios que ha realizado son los del Templo de las Grandes Mesas, ubicado en la parte oriente de la plaza central de Chichén Itzá. Es un edificio de aproximadamente 10 metros de altura con una escalinata orientada hacia el poniente, la puesta del Sol, agregó el académico.
Este edificio recibe ese nombre debido a que en su parte superior tiene dos cámaras y al fondo de la más interna hay un altar con grandes piedras, el cual es sostenido por esculturas de personajes identificados como “bacabs”, deidades que sujetaban el cielo. Hay también varias columnas labradas que representan, probablemente, a sacerdotes o guerreros.
La edificación posee una subestructura o edificio interior con bóvedas típicas maya y pintura mural, representaciones de serpientes emplumadas con grandes fauces y picos, de colores llamativos: azul, verde, amarillo, rojo. Además, la serpiente emplumada es un concepto constante en Mesoamérica, ligada tanto al dios Quetzalcóatl como a Kukulkán, recordó el investigador.
La alineación solar de este templo se registra en el ocaso del 15 de mayo y el 26 de julio, fechas que no coinciden con las de fenómenos astronómicos particulares, sino que están relacionadas con el inicio del Año Nuevo maya. Además, la alineación al amanecer sucede los días 23 y 18 de noviembre.
“La fuente de todo esto son las mediciones y cálculos. Determinar fechas de alineamiento de la arquitectura, es apenas una herramienta para entender la conducta ritual de los sacerdotes, quienes decidieron que un edificio fuera dirigido hacia esa dirección y no otra.
“Luego, hay que investigar su significado cultural y para ello son importantes las informaciones provenientes de códices, fuentes etnohistóricas, como las crónicas de los misioneros o de los conquistadores” explicó el especialista en Arqueoastronomía del México Prehispánico.
Calendario, regalo de los dioses
En este caso, la Relación de las cosas de Yucatán, escrita por Fray Diego de Landa, es una fuente imprescindible porque ayuda a entender mejor innumerables aspectos de la cultura maya. En 1566 el religioso anotó que el Año Nuevo en esa parte de la región maya empezaba el 16 de julio, en el calendario juliano; en el gregoriano vigente, corresponde al 26 de julio.
El experto universitario explicó que el padre Landa también detalló que el calendario solar estaba conformado por 18 veintenas, más cinco días y corría simultáneamente un calendario ritual de 260 días, organizado como 20 trecenas.
Ambos calendarios empezaban al mismo tiempo, pero tenían que transcurrir 52 años de 365 días para que coincidieran y comenzaran otra vez, sincrónicamente. “En este periodo de años el calendario ritual contemplaba 73 ciclos, es decir: 52 x 365 es igual a 73 x 260”.
El cronista religioso describió las fiestas que se hacían en esos periodos y en la sexta veintena, llamada Xul -que hoy corresponde del 3 al 22 de noviembre- se realizaba una gran ceremonia dedicada a Kukulkán.
Además, el día 16 de Xul se visitaba el Templo de Kukulkán y se encendía fuego nuevo. Coincide justamente con el 18 de noviembre, día de la alineación, en la mañana, del Templo de las Grandes Mesas.
El doctor en Astrofísica apuntó que del 15 de mayo al 26 de julio hay 73 días, número calendárico fundamental. El 15 de mayo es también once trecenas después del solsticio de invierno. “El 13 se puede considerar como el ladrillo esencial sobre el cual se erige todo el monumento calendárico mesoamericano”.
Además del 73 y el 13 son cruciales los números 18, 20, 52, 65 y 260, acotó el miembro del Sistema Nacional de Investigadores y de la Unión Astronómica Internacional, entre otros.
“Las alineaciones solares de las principales estructuras arquitectónicas mesoamericanas suceden en ciertas fechas que tienen que ver con la estructura del calendario. A veces son cinco veces 13, cuatro veces 13; o 73 o 260.
“Son fechas que se generan usando como pivotes naturales a los solsticios y a partir de entonces se cuentan los periodos de días expresados por los números fundamentales; desde olmecas hasta mexicas y más allá, prevaleció esta manera de medir el tiempo y, por supuesto, no se excluía la posibilidad de que hubiera pirámides dirigidas al equinoccio, a los solsticios”, remarcó.
Para las culturas mesoamericanas, resaltó Galindo Trejo, el calendario no fue la invención de un sabio maya u olmeca, sino de los dioses. En algún momento, dioses ancestrales o viejos se habrían reunido para inventar el tiempo y organizarlo en forma de calendario. Luego, otras deidades se lo habrían obsequiado al hombre para el buen funcionamiento de la sociedad.
Los resultados de sus indagaciones, incluyendo las relacionadas con las edificaciones y su relación con fechas importantes en el calendario mesoamericano, serán publicadas próximamente, en un libro que recoge las investigaciones de todos los participantes en el proyecto.
El experto universitario afirmó que después de tres décadas, el proyecto La pintura mural prehispánica en México, hoy bajo la dirección de la investigadora María Teresa Uriarte Castañeda, continúa rindiendo frutos y contribuye al mayor conocimiento de una de las expresiones artísticas más sublimes de nuestra cultura.