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El especismo interseccionado en nuestras luchas /La matanza y la explotación de animales es comparable con los feminicidios, la trata de blancas y la pornografía

#NuestrasPlumas /Feminismo y cuerpos que importan

Por Poli Sotomayor

Paola Sotomayor Ibarra. Candidata a Doctora en Ciencias Sociales por la UAM-X. Socióloga, comunicóloga y politóloga, especialista en género, conflictos sociales, biopolítica y metodologías audiovisuales para la divulgación científica; activista feminista y antiespecista; y creadora de contenidos (Polifacética). soc.paola.sotomayor@gmail.com https://www.youtube.com/Polifacetica

Luchamos por la justicia, luchamos por la dignidad. Luchamos porque ninguna sea explotada, mutilada ni obligada a realizar tareas. Que de ninguna sean callados sus gritos, que ninguna sufra. Luchamos porque ninguna sea un objeto, que no sea un subproducto, que ninguna sea carne, que ninguna sea madre por obligación o por violencia, ya sea ésta sexual, social o las dos.

Nuestra lucha es una

Históricamente, a partir de la instauración del régimen y paradigma capitalista, las mujeres hemos sido objetos de uso, entes discriminados y dispensables en la política, cuerpos con tareas y exigencias preconcebidas, impuestas por un sistema patriarcal que se ve justificado y normalizado por el sistema económico, a partir de estrategias e instituciones político-culturales tan variadas como la moda, la escuela, la industrialización y la medicina, entre otras.

Segunda vuelta: históricamente, aún desde más atrás, a partir de la instauración del paradigma antropocentrista, los animales hemos sido objetos de uso, entes discriminados y dispensables en la política, cuerpos con tareas y exigencias preconcebidas, impuestas por un sistema patriarcal que se ve justificado y normalizado por el sistema económico, a partir de estrategias e instituciones político-culturales tan variadas como la moda, la escuela, la industrialización y la medicina, entre otras.

El uso, la discriminación, la dispensabilidad, la exigencia y la esclavitud de cualquier ser son violencias, violencias que regularmente no observamos o pasamos de largo por creer que ante la normalización o la legalidad (en algunos casos) hay justicia o ética, pero no. Ni legal es igual a justo ni normal significa que es correcto.

Las violencias normalizadas que nuestras abuelas vivieron no son la ética que nosotras queremos vivir ni la que aceptamos. Aprendemos, estudiamos y nos radicalizamos. Oponernos a la violencia es radicalizarse. No ser indiferente es radicalizarse. Tomar postura es radicalizarse, sobre todo en un mundo donde la violencia es la norma.

El feminismo es radical cuando se piensa a la violencia como el pan de cada día. El feminismo es el pan de cada día cuando nos pensamos como dignas y dignos oponentes de la violencia. El feminismo es una postura política. El feminismo es un paradigma desde el cual se entiende que el sexo y el género no son parámetros que deban distinguir la equidad social, política, cultural, laboral, económica ni de ningún otro tipo.

No hay peor arma del opresor que la violencia normalizada, la violencia aceptada

El feminismo entiende de modo sensible, cuáles son aquellas prácticas que construyen diferencias entre los sexos para reproducir los privilegios en las realidades.

En estos entendimientos están las posibilidades de deconstrucción y de resignificación para habitar espacios libres de violencia y construir un presente y un futuro sin opresión, que no sólo es justo, sino que nos urge, nos urge a todas.

No hay peor arma del opresor que la violencia normalizada, la violencia aceptada. Normalizar la esclavitud del cuerpo femenino como objeto de observación que debe dar placer al seguir ciertos estándares: la forma y el aroma del cabello; la forma y el aroma del cuerpo; la urgencia por esconder la animalidad que te hace tener pelo en las axilas, las piernas, el rostro y los genitales; el calzado que debe lastimar tu espalda y talones para hacerte unos centímetros más alta pero, que debe desaparecer si intimida a un hombre por su altura menor a la nuestra. 

¿Cuántas de estas violencias normalizas? ¿Cuántas de estas otras? El cuerpo obligado a seguir una alimentación estricta para obtener un peso definido como aceptable, el cuerpo obligado a permanecer en ciertos entornos que no son espacios de hombres, el cuerpo violado por el placer de la carne, el cuerpo violado por su cualidad de reproductora, el cuerpo usado por su piel, el cuerpo observado como espectáculo.

Vamos definiendo: corporeidad es el concepto que nos hace volver sobre la triada cuerpo-sujeto cultura o la relación bio-antropo-cultural. Es por los procesos de mediación cultural que los individuos somos ubicados dentro de la condición humana y por ello, la corporeidad es un concepto que se inscribe dentro de los parámetros culturales, en la medida que reconoce “el determinismo biológico de orden filogenético, pero lo trasciende y relaciona con los procesos de interacción social y de mediación cultural de orden ontogenético.” (Ortega, s/l/f) O, en otras palabras, es por la corporeidad, por las normas culturales, por las relaciones económicas y por las relaciones de poder de ambas esferas, que el humano inscribe a los cuerpos de los individuos, ya sean estos los cuerpos de las mujeres objetivizadas, utilizadas, denigradas y despreciadas, o el de los animales no humanos, aún más objetivizados, utilizados, denigrados y despreciados.

Los cuerpos de animales no humanos obligados a seguir una alimentación estricta para obtener un peso definido como aceptable, sus cuerpos obligados a permanecer en ciertos entornos que no son espacios de hombres, sus cuerpos violados por el placer de la carne

De acuerdo con Balza,  podemos rastrear distintos momentos en los que los animales humanos y no humanos hemos sido reducidos a nuestra corporalidad encarnada, convertidos en meros objetos de consumo, despojados de nuestro carácter subjetivo y animado. Muchos de ellos son síntoma además de la intersección de las opresiones: los circos, los zoos –tanto de animales no humanos como de humanos–, las prisiones, los campos de concentración y de refugiados, las granjas o los mataderos. (2018: 32)

Ahora vamos a volver a la pregunta anterior, misma redacción, distintos sujetos: ¿Cuántas de éstas violencias normalizas? Los cuerpos de animales no humanos obligados a seguir una alimentación estricta para obtener un peso definido como aceptable, sus cuerpos obligados a permanecer en ciertos entornos que no son espacios de hombres, sus cuerpos violados por el placer de la carne, sus cuerpos violados por su cualidad de reproductoras, su cuerpo usado por su piel, su cuerpo observado como espectáculo.

Tenemos un mismo sujeto opresor en ambos párrafos: los hombres, los humanos. Las preguntas aquí son, por un lado, si ¿reconocemos nuestra cualidad como oprimidas y opresoras? Y si ¿podemos dejar de ser opresoras? ¿Necesitamos carnes y cuerpos para sobrevivir y para ser entretenidas? ¿Dejar de oprimir nos da congruencia en la lucha feminista?

La reflexión y el entendimiento complejo sobre una problemática que se relaciona directamente con otras se llama “interseccionalidad”. ¿Será que la problemática de la violencia patriarcal, el sexismo y el machismo tengan algo que ver con la violencia capitalista y especista?

Entendemos por especismo el sistema de discriminación de unas especies animales sobre otras, es un tipo de violencia como lo es el racismo, el machismo o el clasismo. Por otro lado, el especismo antropocéntrico es la ideología violenta que nos hace creer, por ejemplo, en México, que los perros son mejores que los cerdos y que los humanos somos mejores que los últimos dos, tanto por consideración moral como por inteligencia, explotación como materia prima, etcétera. 

Como dijera Carol J. Adams en Ecofeminismo y el Consumo de Animales,  El consumo de carne es una construcción cultural creada para parecer natural e inevitable. El individuo que defiende el argumento de analogía con los animales carnívoros probablemente lleva consumiendo carne desde antes que empezara a hablar.

Tenemos un mismo sujeto opresor en ambos párrafos: los hombres, los humanos. Las preguntas aquí son, por un lado, si ¿reconocemos nuestra cualidad como oprimidas y opresoras?
Foto: https://www.yadvashem.org/es/holocaust/encyclopedia/campos-de-concentracion.html

Los razonamientos que emplea para comer carne probablemente se los explicaron a la edad de cuatro o cinco años, cuando se inquietó al descubrir que la carne viene de animales muertos. (…) Además existe el problema añadido de la canonización de la carne y los productos lácteos como dos de los cuatro alimentos básicos para el crecimiento infantil. Esto se originó en los años 50, como resultado de una intensiva campaña de las industrias ganaderas y lecheras (…) Es en este contexto donde se desarrolla la idea de que comer carne es natural. 

La ideología construye un artificio que parece natural, y predestinado. De hecho, la ideología misma desaparece detrás de la fachada de [que] lo que se debate es la alimentación”. (Warren: 1996: 212)

Entonces, ¿hay cuerpos más importantes que otros? ¿La carne es el cuerpo despojado de animalidad y vida? El animal, desde la tradición antropocéntrica, literal y simbólicamente ¿es despojado de vida para ser convertido en carne? ¿Es la carne algo ajeno al cuerpo? ¿Es la transformación en producto la pérdida del cuerpo y la vida?, la mujer ¿es ajena a su cuerpo cuando se le transforma en carne? ¿No somos todas las mujeres animales? ¿No tenemos cuerpo todos los humanxs? ¿No somos todos de carne?

Desde el paradigma capitalista y la tradición filosófica corriente, la carne se caracteriza por su aspecto inerte y pasivo, presentándose como objeto intercambiable y mercantilizable. Por su parte, el cuerpo adquiere un carácter activo y animado. (Balza, 2018: 31)

La carne apela a la multiplicidad desestructurada, frente al organismo unitario que el cuerpo es. De ahí que se asocie con la naturaleza [a la carne], dejando para el cuerpo el terreno de lo político.

Además, su condición material ha hecho que la carne se vincule con el significante animal. Todo ello nos conduce a pensar la carne como elemento negativo y humillado, ocupando el polo devaluado de esta división jerárquica y androcéntrica. (Balza, 2018: 31)

La carne y el cuerpo tienen todo que ver con las mujeres y los animales, con los humanos y la violencia. La domesticación de los animales es a la esclavitud, como los mataderos a las cámaras de gas. Los métodos de domesticación de los animales no humanos, como las técnicas de reproducción y violación a los animales, llamadas naturalmente con eufemismos que desnaturalizan la violencia con palabras como “inseminación”, son equivalentes a las prácticas que dominan y explotan sexualmente a las mujeres.

Los animales reducidos a “carne” y la reproducción de la explotación animal se basan en modelos epistemológicos y políticos que afectan tanto a animales no humanos como a animales humanos. 

Es la carne la que hermana a los humanos con los animales no humanos. Desde la biopolítica feminista de la carne propuesta por Balza, la carne se resignifica para hallar el modo positivo de la encarnación, desde un feminismo material que rompe con el cuerpo y la carne.

Porque mantener esa dualidad es otro modo de aceptar una ontología patriarcal y especista, donde se interpreta la carne como elemento inerte y pasivo, frente al cuerpo activo. (Balza, 2018:32)

Son nuestras violencias alrededor de la discriminación política las que hermanan a las mujeres y los animales, y es el análisis feminista de los cuerpos y la carne, como cosas y mercancías, lo que da rienda suelta a la comprensión compleja sobre la íntima relación entre patriarcado y especismo.

La matanza y la explotación de animales es comparable con los feminicidios, la trata de blancas y la pornografía, tanto como las prácticas ginecológicas invasoras son comparables con la vivisección de animales para la experimentación (Donovan, 1990: 367-369). Y sin embargo, son las hembras perras, las hembras cerdas, las hembras vaca y todos los animales en general, los que ganan en el violentómetro. Hagamos el ejercicio consciente de imaginación, por un momento.

Nosotras nacemos y somos forzadas a vivir los dolores y llantos de nuestras madres, dolores conscientes pero callados, discretos con abnegación por una sociedad que nos obliga a actuar, vernos y ser lo que el estándar exige. Adoptamos el silencio, la complacencia, la sonrisa para agradar. Aceptamos ser objeto del gusto de otrxs, padres, profesorxs, gente en general. Aspiramos a ser de otrx, a ser propiedades, a ser trofeos y luego ser madres. Aspiramos a repetir el modelo y decirles a otras lo que deben hacer, sentir y vivir, cómo se verán mejor, olerán mejor, serán “mejor” para ser aceptadas y queridas. Muchas seremos violadas, tendremos relaciones sexuales no consentidas o consentidas por miedo a otras formas de violencia y callaremos para evitar otras violencias: la de la humillación social, la de la injuria, la del aislamiento.

Algunas seremos obligadas a trabajar por un beneficio económico que no se equipara al de nuestros compañeros del sexo opuesto o seremos obligadas a trabajar sin paga: a reproducir la cadena de tareas domésticas y emocionales que se consideran deben ser gratuitas y hechas con “amor”. Seremos chantajeadas y obligadas a creer en el amor romántico y de pareja, nos obligarán a creer en la monogamia y lo  creeremos.

Algunas moriremos sin haber visto todas nuestras violencias. Otras moriremos sabiendo lo que fuimos porque no nos dejaron ser lo que quisimos desde que nacimos. Esta es la violencia promedio que vivimos y las hay peores.

Ahora pongamos la mente en negro e imaginemos de nuevo, con empatía. Desde que nací fui arrebatada de mi madre, a quién escuché rogar y llorar por horas, aunque no volví a verla nunca más por el resto de mi vida. Desde pequeña escuché como otras como yo morían a mi lado, vi como las golpearon, quemaron, mutilador, cortaron colas y dientes sin ningún miramiento.

Vi como otra especie se burló de mí, me grito y me escupió, y también lo hizo con mis hermanas y hermanos. Vi como mataron a tantos, todos gritamos siempre que hacían esto, pero nadie quería escuchar nuestro dolor. Con llanto y con completa consciencia, fui obligada a alimentarme con químicos toda mi vida, que me hicieron mucho más gorda de lo que naturalmente hubiera sido, me sentía enferma y pesada, aletargada.

Luego crecí y me llevaron con golpes a otro cuarto, distinto al que estuve esclavizada toda mi vida y ahí me violaron, grité, nadie me escuchó. Me embarazaron y luego me robaron a mi bebé. Hicieron esto varias veces, me violaron y me los robaron a todos y todas las veces mis pequeños se fueron sin haber probado mi leche, la que yo cree para ellos, y también robaron mi leche, hasta dejarme lastimadas las ubres, con sangre y con pus. Luego un día me sentí cansada y ya mi cuerpo no daba tanta leche. Entonces me llevaron a otro cuarto y con plena consciencia me electrocutaron, me golpearon y me encajaron un cuchillo hasta morir desangrada.

No dejé de llorar en todo ese tiempo. No dejé de llorar en toda mi vida. Nadie quiso escucharme. Esta es la violencia promedio que vivimos nosotras las vacas y las hay peores.  Más allá de revisar otros conceptos, ¿qué tal si volvemos a la práctica de aprendizaje primordial por definición? Y nos hacemos preguntas: ¿cómo vivimos nuestra carne? ¿Cómo vivimos el cuerpo del otro? ¿Tenemos cuerpos libres? ¿Damos libertad a otros cuerpos? Nos nombramos feministas pero ¿somos especistas? 

Silvia Federici nos dice que «El cuerpo de la mujer es la última frontera del capitalismo”, pero a mi me gustaría volver al especismo y reescribir: el cuerpo de la hembra no humana es la última frontera y la mejor victoria del capitalismo, una victoria ganada porque a hombres y mujeres, por igual, ya se les olvidó que mientras luchan por la libertad de unos están oprimiendo la de otros: la de todas las hembras no humanas, la de todos los animales.

Algunas moriremos sin haber visto todas nuestras violencias. Otras moriremos sabiendo lo que fuimos porque no nos dejaron ser lo que quisimos desde que nacimos

Mueren más animales no humanos en un sólo día que todos los seres humanos que han sido asesinados por motivos de guerra en la historia de la humanidad.

Ya voy a terminar. Y lo haré como empecé: Luchamos por la justicia, luchamos por la dignidad. Luchamos porque ninguna sea explotada, mutilada, ni obligada a realizar tareas. Que de ninguna sean callados sus gritos, que ninguna sufra.

Luchamos porque ninguna sea un objeto, que no sea un subproducto, que ninguna sea carne, que ninguna sea madre por obligación o por violencia, ya sea ésta sexual, social o las dos.

Nuestra lucha es una.

Antiespecismo y feminismo por igual.

Ni oprimidas ni opresoras.