En el léxico aprovechamos el aislamiento del fonema “ch” en el español para generar gran cantidad de palabras: chespirito, chula, cholo, vocho... su sonido no se parece a nada, dijo la investigadora emérita de la UNAM, Concepción Company
¿Sabías que la “CH”, es ideal para expresar afectos… O desafectos con apodos?
Su sonido no se parece a nada. El término técnico de la “ch” es que es una ‘africada palatal’, la única de todo el sistema español. Con ese sonido generamos el mundo de los afectos con apodos. Si estamos entre amigos salen las “ch” de una manera impresionante, porque es el fonema ideal para expresar los afectos y desafectos.
¿Y usted ya sabe cómo le dicen?, ¿cuál es su apodo? Quizá no, pero es muy probable que su sobrenombre refleje una situación o característica que lo identifique, y que la “ch” juegue un papel fundamental.
Los apodos son un modo de identificar a alguien, o de auto identificarse, son un nombre propio, aunque no sean un nombre propio per se, dijo Concepción Company, investigadora emérita del Instituto de Investigaciones Filológicas (IIF) de la UNAM.
Constituyen el mundo de los afectos, aunque en su origen pueden ser también desafectos. ¿Cómo vamos a cargar la afectividad?, con el único patrimonio que tenemos para hacerlo, que es el patrimonio intangible de los seres humanos: la lengua.
En el español virreinal había multitud de apodos, que tenían que ver con el origen del individuo: hacían referencia al pueblo de dónde venía, a su oficio o a características físicas, y a la postre se constituyeron en hipocorísticos, que son acortamientos del nombre propio que, afectiva o despectivamente, identifican a una persona, como “Nacho”, “Lencha” o “Pancho”.
Los apodos, acotó la también integrante de la Academia Mexicana de la Lengua (AML), no tienen fecha de inicio, pero datan desde que la lengua española es tal. “En Latín había apodos, no hay lengua que no tenga esa necesidad expresiva, nació con la lengua humana. Seguramente iniciaron con acortamientos expresivos, apreciativos o despreciativos, para identificar al otro”.
Por lo tanto, aclaró, “no creo que ahora haya más apodos, sino más comunicación visible; apodos siempre ha habido, y pasan a sustituir al nombre propio, porque tienen esa función. Por eso los diccionarios de las academias de la lengua no los abordan, ningún diccionario los trae, porque es conocimiento enciclopédico”.
El mundo de la “ch”, de los afectos y desafectos
También los apodos suelen ser identificadores de estereotipos raciales y culturales, tengan o no origen negativo. El individuo puede aceptar ser identificado de esa manera, empero, en ciertas culturas están prohibidos algunos como “negro”, por considerarse despectivo, dijo la filóloga, integrante de El Colegio Nacional.
En el español virreinal un modo normal de despedirse en muchas cartas era ‘adiós, tu negro’, aunque el firmante no fuera negro, ni moreno, ni mestizo, sino criollo blanco. Eran juegos metafóricos para expresar, en otras palabras, “‘me pongo de tapete’, ‘soy tu servidor, tu esclavo’, de ahí viene”.
Y en el mundo de los apodos, de los afectos y desafectos, la “ch” juega un papel fundamental. Este fonema de la lengua española, junto con la “ñ”, son los menos frecuentes.
“Por razones históricas se quedaron mal cobijados con otros sonidos, no hay ninguno que tenga las mismas características articulatorias de la ‘ch’, está solita. En un diccionario se le dedican como 10 páginas, en cambio, si se busca la “C” tiene como 300. Los fonemas aislados no están correlacionados, están mal integrados y son ideales para explotación expresiva”, explicó la universitaria.
Eso nos da la oportunidad de crear léxico con la “ch”. Con ella existen nahuatlismos como “machote”, “chayote” y “chile”, y en el léxico no indígena aprovechamos su aislamiento para generar gran cantidad de palabras: chicharito, chicharrón, chespirito, chula, cholo, vocho, chapo, chat, chelas…
Se nos define como seres de sintaxis libre, lo que nos permite crear y recrear las viejas herramientas. La “ch” sólo tiene unos mil 500 años, el latín no tenía este fonema.
“Con la palabra ‘pinche’, por ejemplo, puedes sentir desafecto: ‘pinche televisión’, pero puede ser al revés: ‘¡pinche Javier!, ¿cuánto tiempo sin verte?’. No se sabe exactamente de dónde viene la palabra ‘pinche’, su etimología es nebulosa. Viene seguramente de ‘pinche de cocina’, y también se utiliza como adverbio: “¡qué pinches quieres!”, metemos una ‘s’ que es la típica de los adverbios, y ahí el mundo de los afectos y los desafectos están juntos, porque lo que queremos los hablantes es mostrar nuestro mundo, antes que hablar del mundo”, subrayó.
Pensemos, concluyó, en la canción que es un homenaje a la “ch”, interpretada por Café Tacuba y original de Jaime López:
“Ya chole chango chilango/Que chafa chamba te chutas/No checa andar de tacuche/Y chale con la charola/Tan choncho como una chinche/Mas chueco que la fayuca/Con fusca y con cachiporra/Te pasa andar de guarura/Mejor yo me echo una chela/Y chance enchufo una chava/Chambeando de chafirete/Me sobra chupe y pachanga/Si choco saco chipote/La chota no es muy molacha/Chiveando a los que machucan/Se va en morder su talacha/De noche caigo al congal/¡No manches dice la changa!/Al choro de teporocho/Enchifla pasa la pacha/Pachucos cholos y chundos/Chichinflas y malafachas/Aca los chompiras rifan/Y bailan tibiri tabara”.