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La deforestación, la extinción de especies, la destrucción de la biodiversidad, el calentamiento global, demuestran que no hemos cumplido con el pedido de “cuidarnos, es cuidar al otro”

La deforestación y el surgimiento de nuevas epidemias

La acelerada propagación del virus COVID-19 ha paralizado la agenda internacional. Mientras en China, ya van varios días sin que se registren nuevos casos, en el resto del mundo la energía está puesta en frenar el avance del coronavirus.

Una vista aérea de un tramo de la selva amazónica después de que fue despejado por los agricultores en Itaituba, Brasil. El 17% de la Amazonía ha sido destruida en los últimos 50 años.
Foto: The Independent

Si bien todavía es pronto para hablar de las causas que han llevado a la aparición de este nuevo virus, zoólogos y expertos en enfermedades aseguran que esta no será la única pandemia en desatarse, si continuamos ignorando los vínculos entre las enfermedades infecciosas y la destrucción de los hábitats naturales.

«Estoy absolutamente seguro de que habrá más enfermedades como esta en el futuro si continuamos con nuestras prácticas de destrucción del mundo natural, la deforestación y la captura de animales salvajes como mascotas o para alimento y medicina», asegura el doctor Enric Sala, explorador de National Geographic, en una entrevista al medio The Independent.

Pero Sala no es el único experto que advierte sobre el vínculo entre la deforestación y el surgimiento de nuevas epidemias. Sonia Shah, periodista científica, explica que la tala de bosques obliga a especies salvajes a aferrarse a fragmentos más pequeños del hábitat restante, lo que a su vez, hace que los animales entren en contacto directo con los humanos.

Según Shah, es este contacto íntimo el que posibilita la transferencia de microbios animales benignos que viven en sus cuerpos, hacia el nuestro. Microbios que, al adaptarse al cuerpo humano, se convierten en patógenos humanos mortales.

Andy MacDonald, ecólogo de enfermedades del Instituto de Investigación de la Tierra de la Universidad de California, retoma esta idea y explica que mientras se continúen despejando los hábitats forestales, se incrementarán las probabilidades de encontrarnos frente a nuevas epidemias de enfermedades infecciosas.

En estos últimos días, ha quedado claro que la única forma de frenar el avance del coronavirus es actuando en conjunto y dejando la individualidad de lado
Foto: The Independent

Esto resulta sumamente preocupante, considerando las altas tasas de deforestación en los bosques, alcanzadas durante el 2019, que a su vez han derivado en la propagación incendios forestales alrededor del mundo, desde la Amazonía brasileña hasta Indonesia.

Lo peligroso detrás de todo esto es que los responsables de la destrucción de bosques continúan utilizando la tala como una herramienta de negocio, sin tener en cuenta los riesgos que esto conlleva.

Tal como lo explica Mónica Parrilla, responsable de la campaña de incendios de Greenpeace, “el cambio climático agrava estos incendios, pero también lo hacen las políticas que no combaten la deforestación y no persiguen los delitos ambientales”.

 Cuando se habla de deforestación y delitos ambientales, por lo general se hace referencia a dos industrias: la del aceite de palma y de la pulpa y el papel. Siendo estas las principales responsables de la tala indiscriminada de árboles y de la deforestación ilegal de bosques.

Que, a su vez, según evidencia científica que se ha recolectado en el último tiempo, crea condiciones óptimas para la propagación de nuevas enfermedades.

En concreto, la deforestación expulsa a los animales de sus hábitats y los acerca a las poblaciones humanas, facilitando así la propagación de enfermedades zoonóticas que se transfieren de los animales a los humanos.

Un ejemplo de ello es lo ocurrido en la isla de Borneo. Investigadores de la revista Emerging Infectious Diseases, documentaron un aumento en los casos de malaria en una región de la isla de Borneo afectada particularmente por la deforestación.

Lo curioso es que el culpable de los casos no era el parásito transmitido por mosquitos, sino que los casos correspondían a la llamada “malaria de mono”.

En resumen, los investigadores consideraron que la destrucción del hábitat de los monos propició el contacto entre las personas y los primates, lo que aumentó la posibilidad de que la infección saltara a las personas.

Según la clasificación del Fondo Mundial para la Natrualeza (WWF), los bosques de Borneo se encuentran entre los hábitats de mayor diversidad biológica del mundo y albergan una población de diversas especies como orangutanes y elefantes pigmeos.

Sin embargo, al igual que sucede en otras partes del mundo, los bosques de Borneo sufren de la deforestación causada para la obtención de madera, aceite de palma, pulpa, caucho y minerales, entre otros.

La tasa de deforestación es de 1,3 millones de hectáreas por año. Los responsables de ello son los grandes grupos que operan en la zona, como es el caso del conglomerado Sinar Mas, que reúne a diferentes empresas de la industria como Asia Pulp and Paper, la compañía de pulpa y papel más grande de Indonesia, acusada de destruir bosques para la obtención de pulpa.

 Otra de las empresas del grupo, Paper Excellence (PE) también se ha visto envuelta en una polémica recientemente, luego de que el gobierno de Nueva Escocia, Canadá, obligara a la empresa a cesar sus operaciones al probarse que la compañía era responsable de la contaminación de la laguna de Boat Harbour.

Al igual que sus compañías satélites, este grupo chino-indonesio, presidido por la familia Widjaja es reconocido internacionalmente por propiciar la degradación de bosques.

En 2017, Greenpeace descubrió que el gigante de la pulpa, Sinar Mas y su empresa Asia Pulp & Paper habían limpiado aproximadamente 8.000 hectáreas de bosque y turberas en Borneo, incumpliendo con su promesa de conservación forestal.

En estos últimos días, ha quedado claro que la única forma de frenar el avance del coronavirus es actuando en conjunto y dejando la individualidad de lado.

Mientras se continúen despejando los hábitats forestales, se incrementarán las probabilidades de encontrarnos frente a nuevas epidemias de enfermedades infecciosas.

Cuidarnos, para cuidar al otro. Durante años, nos han explicado que esto mismo es lo que debíamos hacer para cuidar el planeta en el que vivimos. La deforestación, la extinción de especies, la destrucción de la biodiversidad, el calentamiento global, demuestran que no hemos cumplido con este pedido.

Algunos, incluso se han mostrado escépticos sobre el verdadero impacto de nuestras actividades, negando las abrumadoras pruebas que demuestran el daño que le estamos haciendo al planeta.

Al igual que sucede con el coronavirus, es hora de poner a un lado las ideologías y comenzar a trabajar en conjunto para cuidar el espacio que tenemos. Haciendo que los responsables rindan cuentas y pongan un fin a sus actividades destructivas.

Por Martina Giménez

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